“Dar en adopción perros peligrosos es pasar el problema a otro”

Escrito por Pierinna Tenchio

Trish McMillan es ampliamente conocida como especialista en conducta animal –entrenadora canina profesional certificada, consultora certificada de conducta canina y consultora asociada certificada de conducta felina– y ha dedicado más de dos décadas de su vida al trabajo en refugios, tratando especialmente a perros “difíciles” y ofreciendo capacitación en el manejo defensivo de la agresividad. Precisamente sobre este tema tan controversial en nuestros días, desde el equipo del IAABC Journal en Español me contacté con ella para conocer su visión al respecto.

Entendiendo la agresividad como una conducta y no una condición del animal, explicó que una agresión es “el intento de un perro de incrementar la distancia, ya sea mostrando los dientes, gruñendo, amenazando, ladrando, dando golpes con el hocico, tirando mordiscos o directamente mordiendo”.

Explicó que “puede tener diversos orígenes, por miedo sobre todo, de acuerdo con mi experiencia en perros de refugio. Sin embargo realmente hay influencias genéticas, bioquímicas, así como por ejemplo la falta de socialización, etcétera”. Añadió que algunos perros “parece que disfrutaran al morder a otros perros, o al expulsar intrusos de su propiedad”.

¿El dueño hace al perro?

Ante el dilema de si “el dueño hace al perro”, es decir si el perro es “malo” por culpa de su tutor, Trish fue clara al resaltar que “dueños maravillosos pueden terminar teniendo perros difíciles, y dueños terribles pueden tener perros realmente amigables. Hay tantas cosas que afectan la conducta de un perro adulto que no hay manera alguna de generalizar”.

“Siendo entrenadora profesional con una maestría en comportamiento animal, el perro más peligroso que tuve en la vida fue uno que crié de bebé, con mucho amor y todos los cuidados. Hicimos estimulación mental desde temprana edad, mucha socialización, clases de cachorro… pero Chinook empezó a mostrar cada vez más agresividad y llegó a morder a todos en la familia, por lo que tuvimos que someterlo a eutanasia a los 18 meses, luego de haber intentado varias formas de salvarlo”, lamentó. Aclaró entonces que la madre de Chinook había pasado hambre durante la preñez, mostraba miedo extremo y su padre era en realidad su hermano, hijo de otra camada de la misma perra.

Criado para pelear

Por el contrario, comentó, “el más sociable que he tenido, tanto con personas como con animales, es un pitbull que fue rescatado de un ring de peleas, propiedad de un abusivo. Theodore pasaba hambre, estuvo atado a una cadena desde cachorro, no había sido socializado con humanos ni otros animales y lo sacaron de ahí cuando tenía 8 meses. Luego de eso pasó otros 8 meses en un canil en un refugio. Sin embargo, ahora es un excelente perro de apoyo para sus pares, me lo llevé a casa y me ayuda en mi negocio de conducta hasta hoy. Su primer dueño aún está preso”.

“Ninguno de estos perros son típicos para el entorno en el que crecieron, pero son ejemplos de que el comportamiento realmente no tiene que ver solo con la manera en que los humanos los criaron. ¿Soy una tutora terrible por haber criado un perro tan peligroso como Chinook? ¿O soy una maravillosa tutora por haber elegido al perfecto Theodore?”, planteó.

¿Es todo según como los crían?

“Todos somos mucho más que ‘como nos crían’. No somos pizarras en blanco para ser escritas por quienes son mayores o más sabios que nosotros. Ustedes y yo conocemos personas que han salido de entornos de pobreza o violencia extremas y se han levantado y logrado una vida exitosa. Mi propia madre fue criada por una persona violenta y alcohólica, fue echada de la casa, y pasó a ganarse la vida a los 15 años. Pero logró cinco títulos universitarios y se abrió camino con una exitosa carrera en educación y trabajo social. Y seguro que ustedes conocen personas que han surgido de familias maravillosas, con una educación excelente y todas las ventajas que una vida así aporta y han terminado en la delincuencia o con vidas fracasadas”.

Y, estableciendo un paralelismo, acotó: “los perros están hechos del mismo material que los humanos. Algunos colegas han llevado adelante investigaciones en tal sentido, eligiendo cachorros de excelentes criadores y aún así terminaron teniendo perros adultos problemáticos. Y por otro lado he conocido a muchas víctimas de crueldad que fueron capaces de convertirse en mascotas grandiosas, una vez que sus cerebros comprendieron que el tormento había pasado”.

¿Qué hacer cuando el “problema” ya existe?

“Un perro con problemas de agresividad y que vive con humanos que realmente lo aman y quieren encontrar una solución, deben acudir a un entrenador o consultor de conducta para trabajar en tal sentido. Porque la mayoría de los casos de agresión que veo en mi trabajo tienen su raíz en el miedo, y la desensibilización y el contra-condicionamiento funcionan muy bien para cambiar la mente del perro sobre aquello a lo que le teme”.

“Si la agresividad tiene su base en el dolor, en el gusto por la violencia, un desbalance químico en el cerebro, o hasta un tumor cerebral, es muy probable que sea imposible la modificación de conducta”, explica, aclarando que –en su opinión personal— “es una tremenda crueldad mantener un animal social como es el perro, recluido en un canil o atado a una cadena por el resto de su vida. Porque no sabemos si el pobre animal está sufriendo terribles dolores de cabeza que provocan esa agresividad. No es agradable vivir en una mente que solo quiere hacer daño”.

“Si el perro no tiene a su lado un humano que esté dispuesto a trabajar con él, o si la agresión no cesa pese a la medicación o entrenamiento que se le brinda, creo que la eutanasia conductual es muchas veces la solución más humanitaria. Si no podrá tener un hogar y si el confinamiento en solitario en un refugio le está provocando aún mayor deterioro sicológico, permitirle abandonar esta tierra en paz es el mejor regalo que podemos darle”, explicó.

Y aclaró que “dar en adopción perros peligrosos es solo pasar el problema a otros y hasta lo incrementa”, porque cada animal seguirá manifestando esa conducta, provocará daños o seguirá encerrado toda su vida, traumatizando de paso a otra familia y asegurando –tristemente—que esas personas o sus conocidos lo piensen dos veces antes de llevarse otro animal de un refugio.

¿Prohibir razas “peligrosas”?

“Ya ha sido demostrado que prohibir razas es inútil a la hora de eliminar o disminuir los ataques. Hay tantos animales adorables de cada raza, incluido Theodore, cuyas vidas estarían en riesgo de ser así, y de hecho su muerte no reduciría la cantidad de mordidas porque precisamente ellos no tienen tales conductas”.

“Una solución mucho mejor es intentar controlar a aquellos perros que ya presentan problemas. Esos son los perros que deben ser mayormente vigilados de cerca, con correa, bozal, lugares a prueba de fugas. O, llegados casos extremos en que no hay solución posible y el dueño no puede hacerse cargo ni puede aplicar las medidas de seguridad, la eutanasia es una medida a considerar”, recalcó Trish.

“Soy canadiense y abandoné mi Ontario natal hace 15 años cuando establecieron una prohibición draconiana sobre perros como Theodore. Sin embargo, pese a esa prohibición por tantos años, se han reportado aún más mordidas de perros, claro, de otras razas. En lugar de los pitbull de 30 kilos, la gente ha empezado a buscar razas como el cane corso, de más de 60 kilos. Y cuando se prohíban los cane corso, elegirán otra raza de ese tipo. Se debe regular la tenencia, la conducta, no el tipo de perro”, especificó.

 Y contrastó diciendo que “en Calgary se instrumentó legislación basada en el manejo de la conducta y las mordidas bajaron un 67%”.

Finalmente, con convencimiento puntualizó que “aún tenemos mucho que aprender sobre las causas y las curas para la agresividad canina, pero si seguimos la evidencia científica y evolucionamos hacia mejores prácticas en esta área, podemos reducir los incidentes y aumentar la seguridad”.

COMPARTIR