Son las 10 p.m. de un domingo. Estoy en nuestra cuadra en Brooklyn con mi perro, Eddie, para una última ida al baño antes de dormir. Los fuegos artificiales comenzaron unos momentos después de que llegamos a la acera. Están más lejos de lo que estaban la noche anterior, pero las explosiones son grandes y vienen a intervalos casi regulares. Justo cuando empezamos a recuperarnos de uno, ocurre el siguiente.
Hemos estado fuera durante 15 minutos. Eddie está temblando, levantando una pata delantera, y buscándome repetidamente para comida o guía, y no ha orinado. Repaso una lista de posibilidades de entrenamiento. Está debidamente medicado y tengo sus objetos de enriquecimiento listos para nuestro regreso a casa. Puedo pararme aquí junto a un árbol cualquiera y esperar que orine. Puedo correr a casa con él. Puedo seguir caminando y dándole de comer por esos check-in (contacto visual y acercarse al dueño para recibir premio), con la esperanza de que encontremos un momento de tranquilidad para que se desahogue. Estoy cansada y triste por mi perro, preocupada de que se sienta incómodo si no elimina, y desesperada por no tener que vestirme, ponerme la mascarilla y volver a salir a la calle a las 3 a.m.
Soy una entrenadora de perros profesional certificada. Esta situación es desafiante, pero no está fuera de mi alcance. Tengo las habilidades para manejar esto. Hablo con clientes sobre este tipo de situaciones todos los días.
Por otro lado, mi perro y yo hemos estado encerrados juntos, sólo nosotros dos, por más de tres meses. He cambiado completamente mi negocio de sesiones presenciales a trabajo en línea y en las últimas dos semanas he recibido un sorprendente número de consultas sobre cuándo volveré a la antigua modalidad. Mis padres son personas mayores y están muy lejos. Mis amigos están cerca y aún así estamos socialmente distanciados. Vivo con un perro con complejos problemas de comportamiento y he destinado mucho tiempo, dinero, pensamiento y energía emocional ajustando sus medicamentos y entrenando para que pueda dormir por la noche y por asociación yo también poder dormir. Las noticias en todo el mundo cambian de hora en hora. Todo parece incierto.
Soy humana. Los entrenadores somos humanos. Este año ha sido muy duro para los humanos.
¡Lo que no quiere decir que este año no haya sido duro para otras especies! Al estar en una profesión de servicios, se ha sentido más fácil concentrarse en lo que podemos hacer para aliviar el estrés de los demás, nuestros amigos y familiares humanos, nuestros animales de compañía, nuestros clientes de todas las especies. He leído numerosos artículos sobre cómo abordar los factores de estrés comunes para mis clientes. Mis colegas han participado en discusiones casi diarias sobre ansiedad por separación, socialización de cachorros y más recientemente, sensibilidad al sonido. Hemos desarrollado planes y dado recomendaciones y continuamos entrenando, como siempre lo hacemos, como si la vida de los perros dependiera de ello.
También somos liberales con los consejos de autocuidado del otro, supongo, pero se ha sentido como el mismo consejo que hemos seguido siempre. Aunque establecer límites claros, tomarnos tiempo libre regularmente, reforzarnos por trabajar duro, dividir nuestras tareas y no acumularlas son todos consejos útiles e importantes, puede sentirse inadecuado para estos desafíos mundiales sin precedentes. Se siente como si todavía nos estuviéramos aferrando a los mismos planes y sistemas y estándares que desarrollamos en tiempos “normales”. Los tiempos en los que estamos no son normales.
Me paré al lado de ese árbol, la correa de Eddie estaba suelta, mi mano estaba fuera de mi bolsa de premios, no estaba haciendo contacto visual, y no estaba moviendo un músculo. Esperé a que se moviera para orinar en ese árbol de asquerosa fragancia. Luego una motocicleta rugió a media cuadra de distancia y en mi visión periférica vi a Ed mirarme y levantar su pata delantera izquierda, y comencé a llorar. Le había dado todos sus medicamentos en el momento adecuado. Había salido un poco antes para intentar adelantarme a los peores fuegos artificiales. Había traído premios de gran valor. Conozco a mi perro tan bien como cualquier otra persona y sigo los mejores consejos de entrenamiento, pero sigue sufriendo. Nosotros seguimos sufriendo.
Este tipo de cosas les pasan a mis clientes. Les digo todo el tiempo que somos humanos, y los humanos no pueden ser perfectos el 100% de las veces. No había buenas soluciones para nuestra situación esa noche. Ninguna cantidad de entrenamiento, manejo o medicación iba a cambiar nuestras circunstancias inmediatas. Si yo fuera mi propio cliente, me recordaría que el aprendizaje no es lineal y que cuando cambiamos el comportamiento, el comportamiento cambia. Me gustaría que mi yo-cliente supiera que esto no fue un fracaso, fue un dato que habíamos reunido. Aunque no era el tipo de paseo que esperábamos, había hecho lo mejor que podía y eso es lo máximo que cualquiera podía esperar de mí. Un paseo como éste no hará o romperá nuestro viaje de entrenamiento. También me gustaría que mi yo-cliente supiera que está bien llorar. Este trabajo puede ser frustrante y desafiante, y no podemos decir con certeza qué pasará después. Sólo podemos encontrar a nuestro perro donde está y usar todas las habilidades que hemos adquirido para apoyarlo.
Cuando lo digo así, empiezo a pensar que mis herramientas como entrenadora de perros son las que más necesito en este año de pandemia y protesta. No sabemos qué pasará después, y cuando tratamos de planear algo que está a una semana o dos de distancia podemos encontrarnos con decepción o frustración. Navegar por estos cambios constantes, a veces drásticos, es frustrante, incómodo y a menudo aterrador. Sin embargo, tenemos herramientas para usar aquí, para que podamos superarlo.
Esa noche en la acera dejé de destriparme y de esperar a que Eddie orinara. A pesar de que en mi corazón se sentía como si me rindiera, volví a casa con él. Corrimos por el patio y subimos rápidamente a nuestro apartamento. Me lavé las manos, la cara y la mascarilla mientras Ed buscaba la alfombra olfativa que le había preparado en la sala de estar con todos los ventiladores encendidos para hacer mucho ruido blanco. Me fui a la cama y traté de no escucharlo demasiado.
Los dos dormimos.
Todo ese miedo, frustración e incertidumbre, y aún así ambos dormimos. Sobrevivimos a un mal momento y salimos a salvo por el otro lado. Nuestra caminata la noche siguiente fue mejor, mucho mejor.
No tengo, y nunca he tenido, todas las respuestas. Sólo puedo hacer lo mejor, seguir trabajando y seguir aprendiendo. Tengo que creer que de eso vendrá seguramente algo bueno y tarde o temprano ambos nos sentiremos mejor.
Elizabeth H. “Kizz” Robinson, CDBC, CPDT-KA, ha estado entrenando perros desde 2014. Ella y su mestizo de terrier, Eddie, viven en Brooklyn, N.Y. Trabaja con clientes a través de su propia empresa, 2B Dog Training, y da clases como parte del equipo de Pumpkin Pups Dog Training.
Traducido por Gabriel Montero
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